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El sistema vestibular

El sistema vestibular detecta el movimiento en colaboración con los sistemas propioceptivo y visual. Lo hace por medio de dos tipos de receptores distintos.

Por un lado, el aparato otolítico, que está formado por el utrículo y el sáculo y es el responsable de detectar la posición de la cabeza y el cuerpo en el espacio y de controlar la postura.

Los otros receptores son los canales semicirculares, dentro de los cuales están la endolinfa y las células ciliadas, que se mueven según el movimiento de la cabeza y transmiten impulsos hasta el cerebro. En realidad, cualquier posición o movimiento de nuestra cabeza tendrá como resultado la estimulación de alguna combinación de células ciliadas receptoras vestibulares. Cuando el oído interno y el cerebro han sido afectados por una enfermedad o un accidente, suelen presentarse desórdenes vestibulares.

El equilibrio es la habilidad de mantener el centro de gravedad del cuerpo en su base de apoyo. El correcto funcionamiento del sistema de equilibrio permite a los humanos percibir su movimiento, identificar la orientación respecto de la gravedad, determinar la dirección y la velocidad del movimiento y realizar ajustes posturales automáticos para mantener la postura y la estabilidad en diferentes situaciones y actividades.

El equilibrio se logra y mantiene gracias a un complejo sistema de control sensoriomotor que incluye las informaciones que nos llegan desde la visión (vista), propiocepción (tacto) y del sistema vestibular (movimiento, equilibrio, orientación espacial). La integración de todas estas informaciones sensoriales y la respuesta motora de los músculos oculares y del resto del cuerpo. Ciertas enfermedades, lesiones o el envejecimiento pueden afectar uno o varios de estos componentes.

¿En qué mecanismos interviene el Sistema Vestibular?
  • Control postural.
  • Habilidad de asumir diferentes posiciones contra gravedad.
  • Tono muscular.
  • Coordinación motora bilateral: Uso coordinado de ambos lados del cuerpo.
  • Control óculo-motor: Movimientos compensatorios de ojos para estabilizar el campo visual.
  • Habilidad para proyectar secuencias propias de acciones en el espacio y tiempo.
  • Ajuste de la posición de la cabeza en respuesta al movimiento y la gravedad.
  • Nivel de alerta
  • Desarrollo del lenguaje
  • Seguridad gravitacional
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    Síntomas de un desorden vestibular

    El sistema vestibular incluye las partes del oído interno y del cerebro que ayudan a controlar el equilibrio y los movimientos oculares. Cuando una enfermedad, el envejecimiento o una lesión daña este sistema, se puede desarrollar un desorden vestibular, que a menudo presenta los siguientes síntomas, entre otros:

  • Vértigo y mareo
  • Desequilibrio y desorientación espacial
  • Problemas visuales
  • Cambios en la audición
  • Cambios psicológicos y/o cognitivos
  • Las personas con problemas del oído interno pueden experimentar uno o varios de estos estos síntomas e incluso otros no especificados en la lista anterior. En ocasiones, el desorden del oído interno puede no presentar síntomas muy claros o graves. Es importante tener en cuenta que la mayoría de estos síntomas pueden ser causados por otras enfermedades que no guardan relación con el sistema vestibular.

    El tipo y gravedad de los síntomas puede variar considerablemente, pueden resultar difíciles de explicar y angustiosos para el paciente. Las personas afectadas por ciertos síntomas derivados de desórdenes vestibulares, pueden ser percibidas como individuos faltos de atención, perezosos, extremadamente ansiosos o deseosos de captar la atención. Pueden tener problemas para leer o realizar operaciones matemáticas simples. Algunas personas con estos desórdenes tienen dificultad para desempeñar su trabajo, ir a la escuela, realizar tareas rutinarias e incluso levantarse de la cama.

    Relacionados con la visión
    • Experimentar problemas para enfocar o seguir objetos con los ojos. Puede parecer que los los objetos o letras escritas en una página salten, reboten, floten, aparezcan borrosos o dobles.
    • Experimentar malestar debido a entornos que estimulen la visión tales como áreas con mucho tráfico, multitudes, tiendas y estampados.
    • Sensibilidad a la luz, brillo o a objetos destelleantes. Las luces fluorescentes pueden ser especialmente molestas.
    • Sensibilidad a ciertos tipos de monitores y televisores digitales.
    • Tendencia a fijarse en objetos cercanos y aumento del malestar cuando se enfocan objetos en la lejanía.
    • Aumento de la ceguera nocturna, dificultades para andar de noche.
    • Escasa percepción de la profundidad.

     

     

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